Tres ratones ciegos y un pajaro hablador

Una vez alguien me dijo que uno podía morirse de amor y me aseguró que era la manera más bonita de morirse. Yo quiero irme así, feliz, emocionada, eufórica… pero en vez de eso me moría con lentitud, con somnolencia, con poca elegancia.

Todo estaba nublado y era caliente, de una forma distinta a como es en verdad. No había tiempo, ni espacio, ni sentido de la realidad, solo un frío que se colaba por los huesos y un calor que se impregnaba en la piel.

Es algo curioso sentir calor y frío al mismo tiempo, curioso como que todo este tan claro y tan oscuro a la vez. Todos gritan y duele respirar. Me moría.

Y los olores, todo huele a lo mismo. Hiervas, frutas, menta. Todos huelen a lo mismo y todos se sienten iguales. Todos están tibios y yo me quemo por fuera y me congelo por dentro. Todos están frescos y yo me voy de a poquito…

Mañana será más húmedo, mas calido y todos estarán fríos. Yo quiero estar fría también. Que todo pesa, es brillante y doloroso y brusco. Floto entre la inconciencia y suspiro.

Llegó un día y acabo conmigo. Todavía duele un poco y a veces brilla demasiado pero no me termina de matar. No aun. Todavía hay llamadas que hacer, promesas que cumplir, ideas que escribir, testamentos que redactar, cosas que quemar…

La gripe (o la bronquitis o incluso la neumonía) acabará conmigo algún día… tal vez todavía falte para eso.