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viernes, febrero 18, 2005 

Una tradición de mediodía…

Hoy es día de recolección de basura.

A lo lejos escucho el ruido del camión cargado de desperdicios y corro a la ventana. Siempre es el mismo camión, siempre son los mismos uniformes y algunas veces son las mismas personas. Pasan por la calle principal, dan la vuelta y se van, 5 minutos toma el que un día fue uno de mis momentos favoritas.

De pequeña siempre espere ansiosa, siempre el mismo día, siempre en el mismo lugar.¿Qué hay de maravilloso en un camión apestoso?, nunca lo supe con certeza, pero nunca deje de perderme en las maravillas de mi “deleite de sentidos”.

Cada día era una historia diferente, un recorrido diferente. Mi momento esperado consistía en un navegante que llegaba a mi morada cargado de historias. Mi deleite era simplemente imaginar el mundo que había visto mi camión, las historias que había recolectado, las vivencias que estaba a punto de experimentar.

Mi mente vagaba desde el camión hasta las pirámides de Egipto, pasando por el misterio del azul del cielo y la importancia de la escuela… lo admito nunca fui muy normal que se diga.

Lo cierto es que nunca necesite un incentivo para meditar los “grandes misterios de la vida” y, aun así, esperaba ansiosa el siguiente día de recolección que me llevara a pasear por los rincones de mi imaginación.

Ayer me preguntaron como me definía a mi misma y no pude dejar de pensar el la niña que esperaba un camión al que nadie quiere ver, y es que, eso es lo que soy y nada mas. Una persona que busca donde nadie se atreve a mirar, que hace las cosas diferentes a como debería (y debo admitir que generalmente me complico de mas justamente por esto), que se escapa de la realidad y que sigue esperando el ruido que anuncia el principio de sus cavilaciones.

La única diferencia con esa niña es que hoy no espero ansiosa un camión de basura. Ahora, ya mayor, con menos tiempo libre y con un horario más disparejo, escucho con atención, siempre a la misma hora, siempre en el mismo lugar, el ruido que anuncia el despertar de otro sueño. Porque ya no es un camión de basura, ahora es un autobús amarillo con dos triángulos de colores, ese que me lleva a un mundo de historias, sueños, fantasías y recuerdos…


miércoles, febrero 16, 2005 

Pensamientos sobre un día especial...

El lunes fue un día diferente. Me desperté temprano, recibí un mensaje en el celular, mi profesora llego a clases a la hora, el clima esta anormalmente fresco (y sin sol) y en la universidad se respiraba un clima de hermandad que me hizo pensar que llegue tarde a la repartición de sea lo que sea que se fumaron.

Las sonrisas abundaban, los abrazos fueron y vinieron y las palabras bonitas eran tantas que podían dejarte sumergido en el mas profundo coma diabético, en fin, se respiraba paz y amor por todas partes, lo que me hizo llegar a un único pensamiento, “¿Qué demonios esta pasando?”.

Probablemente yo soy muy fatalista, pero cuando veo un panorama similar no puedo dejar de pensar que caí en un universo paralelo donde es totalmente normal matar a la gente a abrazos, mi propio infierno personal, no digan que no soy afortunada.

Entre rosas y gente vestida de rojo me sentía totalmente fuera de lugar (nada que ver con el sentimiento diario), “¿Es que acaso llegue a una reunión del oficialismo sin darme cuenta?”, tonta de mi, debería estar mas pendiente del calendario, aunque dudo que eso sirviera de mucho, el mío no esta lleno de corazones en febrero.

14 de febrero, día del amor y de los regalos caros, del romanticismo y del levante masivo, de la depresión y las borracheras crónicas. El día de los enamorados, una de las fechas mas comerciales que existen, donde demostramos que somos capaces de dar las rosas mas bonitas y los cumplidos mas galantes, día que esperan miles de mujeres y, para que negarlo, hombres alrededor del mundo, la excusa perfecta para verse bien y hacer todo lo que no hacemos el resto de los 364 días del año.

Es día de la amistad, al demonio con san valentín. No necesito un día que me recuerde que no tengo novio, no necesito una fecha en un papel para regalar sonrisas falsas y palabras insulsas… no necesito nada de esto.

Lo que quiero es un día donde pueda estar con mis amigos sin remordimientos, sin miramientos, una excusa para dejar de estudiar. Necesito que me recuerden los otros 364, que me sonrían con regularidad, que me abracen de vez en cuando, necesito saber que, para alguien, soy lo suficientemente buena como para merecer un pedacito de su vida.

Lo admito, soy de esas que, llegado el ‘grandioso’ día, se visten de negro (mas que por costumbre que por otra cosa) y que no encuentran esa atmósfera de romanticismo que todo el mundo percibe, pero hasta yo, con todo y lo medianamente sombría que soy tengo que admitir que un día así saca a relucir lo mejor de algunos. Porque entre ese mar de hipocresía me encontré con pequeñas islas de sinceridad, me encontré con personas que realmente se encargaban de demostrar lo mejor de si mismo, lo que me hace pensar que tal vez, y solo tal vez exista esperanza para algunos…

Tarde, como siempre, paso mi muy humilde felicitación a todo el que lea por estos lares, pero muy especialmente a todas esas personitas que de una manera u otra me han tocado profundamente. A ellos, a quienes les debo todo lo que soy, a los que estuvieron, a los que están y a los que estarán… ¡Feliz día de la Amistad!


jueves, febrero 03, 2005 

Blanco te quiero Blanco...

Cuando tienes un hermano mayor tiendes a tener diferencias un poco distintas a las de otras compañeras, pero cuando tu hermano te lleva la suficiente edad como para enseñarte los misterios de la vida, ser un poquito tu hermano un pocote tu padre y ganarse tu corazón sin discusión, entonces tus experiencias son totalmente opuestas a las de las demás chicas de tu edad.

Creciendo con un chico aprendes a lanzar cosas con una liga roja (cartón mojado para contraatacar la resistencia del viento y, además, para golpear mas duro), aprendes a hacer fuertes con cajas, a construir naves con legos… aprendes de rock antiguo, a respetar el fútbol por el gran deporte que es, aprendes de cervezas, de star wars, de motos, de conducta masculina y de autos.

Aprendes la diferencia entre un motor 1.3 y otro 1.8, te conviertes en una entendedora de marcas, en una experta en lo que se refiere a diferencias entre transmisión automática y manual (y sabes escoger la mejor según tus necesidades), entiendes el contraste entre un hombre y una mujer al volante, empiezas a escuchar el motor como a un gatito ronroneando enfermo o de felicidad… Aprendes a soñar desde temprana edad con el carro que te quita el aliento.

Desde que tuve la suficiente conciencia como para diferenciar un Ford de un Toyota empecé a buscar ese auto soñado, pase por miles de marcas, miles de modelos hasta que un día, de la mano de ese hermano que me enseño a soñar con ellos en primer lugar y por pura casualidad, conocí el carro destinado para mí. Un auto europeo, alemán para aumentar el orgullo familiar. Un Volkswagen, pero no cualquier Volkswagen, un Gol.

Un Gol de cuatro puertas, plateado y con luz azul en el tablero. Un Volkswagen pequeño, con un motor 1.8 (una maravilla de entre los carros compactos) y con transmisión manual porque ese que me presento al dueño de mis sueños, también se encargo de psicosiarme con todo lo referente a las ventajas de un auto manual (y he de notar que jamás volveré a enamorarme de un automático).

Vives durante años imaginándote tu primer auto. El día que tengas el suficiente dinero como para ir al concesionario (o a la casa de alguien mas afortunado que tu) para hacerte con tu alma gemela motorizada. Sueñas una y otra vez el como se va a sentir cuando lo manejes por primera vez, cuando lo uses para la primera salida con los amigos, para el primer viaje, el día que lo llevas al mecánico, que le haces servicio… sueñas con el día en que sea tuyo.

Pero cuando una tiene 18 años es imposible vivir de sueños. Sabes que, llegado el momento, tendrás suerte de conseguir algo que tenga cuatro ruedas, un motor y que de hecho se mueva. Eres feliz de manejar el carro de papa (automático vale aclarar) hasta la panadería que, a decir verdad, queda a dos cuadras por una calle desierta. Esperas ansiosa al día en que tu mama este lo suficientemente fastidiada como para decirte que manejes tu hasta la casa de tu mejor amiga (que vive a dos cuadras por la misma calle desierta, en el mismo auto manual)… eres feliz con solo tocar un volante.

El primer paso hacia mi realización llego el sábado al mediodía en una cajita rosa, llena de chocolates y caramelos. Esa misma persona que me enseño a soñarlos me despertó de un soponcio de antibióticos solo para recibir un cubo rosa de cinco por cinco centímetros. Un cubo rosa que, en el fondo, tenía un llavero con un par de llaves.

Entre sueños y medicamentos la mente nunca es sagaz y a la mía le hizo falta un viaje al estacionamiento para entender la magnitud de ese regalo atrasado de reyes. Justo frente a la puerta de mi casa, sin lazo rojo, sin cinta, estaba un sueño europeo blanco.

Tal vez no mi sueño europeo pero si mi felicidad a cuatro ruedas. Un auto, parado justo en la puerta de mi casa, un carro que se proclamara mío aun cuando yo nunca lo haya pedido.

Un Fiat Uno, usado, con forros que olían a autobús, con vidrios y seguros manuales, sin alarma, con un aire al que le falta gas, sin reloj, sin aguja de temperatura, con un equipo que se sale en cada bache… un auto que hoy puedo llamar mío.

Mío aunque no termine de aprender a usarlo, mío aunque no tenga licencia para andarlo, mío aunque solo lo use una vez a la semana, mío aunque no este a mi nombre, mío aunque no tenga seguro.

Todavía miro por la ventana y espero no encontrarlo, aunque tenga las llaves en mi mano, aunque anoche me leyera el manual. El que hoy se convirtió en el sustituto de mi sueño es el causante de muchas de mis sonrisas porque, no es un Volkswagen, no es un Gol, pero es un auto.

Un auto pequeño, un auto claro. Un sueño que es manual y que tiene luz azul en el tablero… un sueño que, si bien no es como el original, es real y es mío.

Un día jueves, hoy, cuando veo otra vez mi pequeño tesoro motorizado, ese que ayer sufrió su primera enfermedad conmigo, ese que el lunes pasó a ser mi cenicienta, es que vengo a darme cuenta de la grandeza de la realidad. Ya no tengo que soñarlo, ya tengo mi primer carro, ahora solo me queda formarme miles de recuerdos con él.

Aun así, visto que nunca puedo dejar de meditar la vida, pensando en el revoltijo de sentimientos que me proporciona mi realidad europea paso a preguntar, a ustedes que son mas sabios, que han vivido mas que yo, que han experimentado lo que para mi, hoy, son misterios… ¿es normal que la sensación del primer auto venga acompañada por un enorme sentimiento de nostalgia?